domingo, 9 de abril de 2017

El Zaqueo de Domingo de Ramos

Muchas son las costumbres, a cuál más llamativa y pintoresca, que reinaban en nuestra vieja Lima, pecata y beata a la vez, que han sido desplazadas o relegadas al olvido, en aras del progreso o por la invasión de nuevas ideas y tradiciones importadas. Hoy se acumulan en el rincón de los recuerdos y forman parte de nuestra tradición. Como el tema que hoy nos ocupa.

Según las Sagradas Escrituras, camino a Jerusalén -a donde ingresaría triunfalmente el día de Ramos-, Jesús atravesó Jericó. Allí se encontraba el jefe de los publicanos -encargados de arrendar los impuestos en el Imperio Romano-, un hombre rico, de baja estatura y de nombre Zaqueo, quien, deseoso de ver al Hijo de Dios, se subió a un sicomoro. Al llegar a este lugar, Jesús levantó los ojos, lo vio y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy me hospedaré en tu casa". El hombrecito se llenó de alegría, recibió a Jesús, se convirtió en su seguidor y donó la mitad de sus bienes a los pobres.

Ese pasaje bíblico era revivido cada Domingo de Ramos y daba inicio a las actividades de Semana Santa en Lima. Se organizaba una procesión conformada por dos andas: una, con la efigie del Señor del Triunfo, montado en una borrica, acompañado de sus apóstoles; y la segunda, con la Virgen Dolorosa, mostrando su corazón atravesado con siete puñales de plata.

Pero, tenía otra pintoresca particularidad: la personificación de Zaqueo, el judío converso. Este personaje, de quien ningún cronista da razón de su verdadera identidad, atraía la mayor atención y las miradas de los fervientes limeños. Ello, porque cada año, subido a una palmera en la Plaza Mayor, se presentaba luciendo un traje diferente, de acuerdo a la moda imperante y representando siempre a algún personaje de actualidad.

Así, un año podía vérsele de marino; otro, de soldado, diplomático o bombero; después, de torero, seminarista o autoridad política. Tenía sus ribetes de malicia, de sátira y de burla, provocando risas algunas veces, o indignación públicas, otras.

Ocurrió, por ejemplo, cuando en el siglo pasado se puso de moda entre las mujeres un vistoso camisón llamado Garibaldi. Esa vez, nuestro limeñísimo Zaqueo participó en la representación del Domingo de Ramos vestido con un camisón rojo, con llamativos bordados blancos, motivando bromas y rubores entre las damas, y la condena de las beatas que no aceptaban el lucimiento de un vestido inventado por un enemigo del Papa.

Cuando se instaló el sistema de policías celadores, llevaban estos unos cuellos de hule negro tan grandes que la gente los bautizó como corbatones. El término no agradó a los celadores, y se dispuso la detención y encarcelamiento de quien osara así llamarlos.

Ese mismo año, ni corto ni perezoso, Zaqueo se vistió como policía corbatón y provocó la hilaridad de la concurrencia. Al principio, los aludidos soportaron la broma, pero, conforme las risas aumentaban, su indignación también iba en aumento, hasta que no aguantaron más y armaron la de Dios es Cristo. 

Hubo años en que las autoridades debieron interceder para salvarlo de un linchamiento seguro. En una oportunidad, tuvieron que refugiarlo en el palacio arzobispal. Fue cuando en los días de mayor excitación de la guerra con España (febrero-mayo de 1866), nuestro personaje tuvo la infeliz idea de disfrazarse como marino español. Al ser visto, se iniciaron algunos murmullos de desaprobación, que luego se convirtieron en silbidos, y estos en rechifla general y lanzamiento de algunas piedras, todo lo cual puso en peligro el desarrollo mismo de la religiosa representación. 

Otro año, cuando quiso disfrazarse de seminarista toribiano, el arzobispo intervino para prohibirle que lo haga, amenazando con suspender la procesión si no obedecía.

Cierta vez provocó gran gresca: parodió a los bomberos, a poco de haber sido fundadas las compañías francesa e italiana, y existían algunas diferencias con las peruanas. Esa vez, Zaqueo se disfrazó de bombero peruano. Los extranjeros celebraron la ocurrencia, no así los nacionales, que se sintieron ofendidos. Se produjeron varios encontrones y un alboroto casi total, cuando algunos exaltados le lanzaron una lluvia de piedras y lo hicieron caer al suelo. Allí, unos querían arrancarle el disfraz de marras, y otros, lo defendían. Intervino la policía y el asustado Zaqueo fue a parar con sus huesos a la comisaría para ser protegido de la ira popular.

Algunos años pasó inadvertido, como sucedió cuando se disfrazó de cachimbo, y los aludidos miembros de la Guardia Nacional apenas si esbozaron sendas sonrisas; y cada vez que lucía un vestido sin provocar mayores comentarios. 

Así, cada año, colmada su devoción, cumplida su participación en el acto religioso, admirada la concurrencia y satisfecha su curiosidad por Zaqueo, los limeños retornaban a sus hogares comentando sobre el traje que aquel vistió en la oportunidad. Costumbre que se prolongó hasta principios de nuestro agónico siglo, cuando Lima dejó de ser escenario de las representaciones del Domingo de Ramos, y estas se afincaron en Chorrillos. 

El popular Zaqueo desapareció sin dejar huella y pasó a la historia de nuestra tres veces coronada villa, como una de las tantas costumbres dejadas de lado con el correr de los años.





Publicado en Diario Oficial El Peruano el domingo 9.4.17



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