viernes, 31 de marzo de 2017

Las pícaras andanzas de un falso inca

PERSONAJES OLVIDADOS

Obra del historiador y periodista
argentino Roberto Payró
En la historia de nuestro país, existen personajes de cuyas andanzas poco hablan los textos oficiales de historia, pero que por sus hechos, heroicos o no, épicos o trágicos, merecen ser conocidos más ampliamente por todos.

Tal el caso de Pedro Chamijo o Pedro (o Francisco) Bohórquez, personaje que bien podría ser motivo de una novela picaresca y que engañó a cuantos se cruzaban en su camino, fuese virrey, oidor o encomendero; gobernador u obispo, misionero o indígena.

Pocos escaparon a sus embustes y audacias, que puso en peligro la gobernación de Tucumán, entonces parte del virreinato peruano. Su genio de embaucador lo convirtió en un personaje de tal importancia que la historia no ha dejado de ocuparse de él.

Gobernaba estos reinos el décimo séptimo virrey, Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Liste (1655-1661), cuando la noticia del alzamiento de los indios calchaquíes, en Tucumán, vino a perturbar su tranquilidad. Encabezaba la rebelión un pícaro andaluz, que se hacía pasar como descendiente de los incas, y con más ganas de correr aventuras que de trabajar.

El falso Inca
Chamijo o Bohórquez había llegado al Callao a los 18 años de edad. En 1620, en Pisco, casó con una chola cuyo padre al morir le dejó algunas haciendas. Él las vendió en Jauja, y se estableció en Huanta, de donde tuvo que huir para refugiarse entre los indios. 

Volvió a Lima y convenció al XV virrey Pedro de Toledo y Leyva, marqués de Mancera (1639-1648), para que le diera un séquito de 40 hombres y llevar a cabo sus empresas. Con ellos, conquistó el Cerro de la Sal y se apoderó de los pueblos de Sibis, Pucará y Collar, habitados por gente procedente de Tarma, Acobamba y Tapo.

Asentado en Quimiri, a orillas del Chanchamayo, incursionaba en tierras vecinas, y fue denunciado ante el virrey. Este envió al capitán Juan López Real, quien lo redujo y trajo a Lima. El cuentista fue confinado en la cárcel de Valdivia (Chile).

En ese lugar, el muy taimado aprendió a construir cañones de madera y se valió de esto para salir libre y obtener el grado de capitán de infantería en Concepción, de donde también tuvo que huir perseguido por el presidente de Chile.

Aparecía de vez en cuando en el Callao, La Paz y La Plata, diciendo que conocía la ruta al Paititi y cómo llegar al tesoro escondido de los incas.

Fue preso en La Plata, y aun 'con grillos y cadenas', convenció al presidente de la Audiencia, Juan de Lizarazu, para que lo recomendara ante el rey de España. 

En Potosí se hacía pasar como hijo de nobles granadinos, pero al verse reconocido por un sacerdote, debió huir nuevamente.

Reapareció en Tucumán como líder de los indios calchaquíes, a quienes había convencido que era hijo de Huayna Cápac, y su mujer -joven mestiza que trajo de Chile-, una Coya. Así, convenció al gobernador, Alonso Mercado Villacorta, para que lo apoyara y recomendara ante las autoridades de la jurisdicción. 

Mercado creyó que gracias a Bohórquez podía evitar la rebelión de los fieros e indómitos calchaquíes, y llegar al oro de sus antepasados. En tal creencia, invitó al usurpador a una entrevista el 30 de julio de 1657 en el villorrio de Londres, en Catamarca. La reunión fue precedida del repique de las campanas de todas las iglesias de Tucumán, y se realizó en medio de torneos, competencia entre caballeros, escenificaciones teatrales, alardes de poder y grandes honores por ambos lados.

Pedro Chamijo (Bohórquez o Huallpa Inca).
Sublevación de indios cachalquíes
Nuestro héroe fue autorizado a continuar entre los indios como lugarteniente del rey y a usar el título de Inca, haciéndose llamar Huallpa Inca. En tal condición, era llevado sobren litera en hombros de los calchaquíes, vistiendo lujosas vestimentas de rey inca, donadas por el propio gobernador.

Seguro de su posición, empezó a hacer preparativos militares. La noticia fue conocida en Lima, y el virrey Alba de Liste ordenó a Mercado a detener al falso inca, quien desató las hostilidades en 1658, atacando un fuerte y la ciudad de Salta. (Se dice que los indios dispararon tantas flechas que los soldados españoles encendían con ellas el fuego para el mate.) Pero no logró la victoria.

Conminado por las autoridades, Bohórquez se entregó el 1 de abril de 1659. Fue traído a Lima y encarcelado. Su proceso fue largo y culminó a las 11 de la noche del 3 de enero de 1667, cuando la audiencia de Lima, en ausencia de virrey (había muerto el conde de Santisteban y aún no llegaba su sucesor, el conde de Lemos) le leyó su condena.

Una hora después, Bohórquez fue agarrotado, su cuerpo colgado en la Plaza Mayor, y su cabeza, dentro de una jaula, colocada como adorno del puente de Piedra a la entrada del barrio de San Lázaro (Rímac), como testimonio de que así terminan 'quienes no dicen la verdad' y 'los traidores a su rey y señor natural'.

Esta historia, que tiene más de fábula, pero con final trágico, es recordada por pocos estudiosos. La narran, con lujo de detalles, Rubén Vargas Ugarte, en su 'Historia General del Perú', y José M. Valera, en 'El virreinato del Perú'. 

A ellos me remito.

Publicado en el Diario Oficial El Peruano el 30.3.2017

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